Eso no es sólo un auto-monólogo negativo. Es Ira.



Recientemente comencé a tener problemas para dormir. Despertaba a las 4 a.m., me decía: ¡Relájate! Tú, ¡loco ansioso maniático! Estás arruinando esta noche y convirtiendo el mañana en un infierno sin sueño. ¿Por qué aún estás despierto, fenómeno?

Le pregunté a mi amiga, con eterno insomnio, V, qué era lo que hacía, mientras se recostaba en la cama.

“Escucho algún podcast.” Me dijo V. “Y planeo no sentir ira hacia mí.”

La palabra Ira sonó con mucha fuerza y extrañeza la primera vez. Entonces pensé: Me define.



Aún decir “ira”, se siente como algo prohibido y pone a temblar a un cobarde como yo. Es la braveza de la fuerza de un huracán que suena tan falso en mis labios, como una línea en una obra de la escuela o una palabra extranjera repetida fonéticamente.

Difícilmente personificaba la ira: un tipo sin hombros, con un rostro tan blanco, y el andar de un pingüino. Pero ahora conozco mejor la ira, y mucho mejor de lo que la mayoría de las personas la podrán conocer. Conozco ese zumbido en los huesos, ese destello detrás de los ojos, ese deseo que todo lo consume de aniquilar. Conozco la ira, pero no lo hice sino hasta esta semana, porque mi ira es un circuito cerrado. La reservo toda para mí.

El auto-sabotaje nos convierte en conocedores de la ira. Nos otorga conocimiento sobre esta perversa maestría que nos genera descuentos, justo como descontamos un merecido pie hecho en casa, pues no ha sido preparado para nosotros. Pensamos que la ira no tiene que ver con nosotros, porque nuestra ira, es sólo sobre nosotros.



Aquellos que robaron nuestra auto-estima – lo llamo nuestros Brujos – nos enseñaron a sentir ira hacia nosotros mismos. Lo hicieron sonar lógico.

Sabiendo que los hemos admirado, ellos dijeron: ¡Estoy furioso contigo! Por ser como eres. Por no ser de otro modo. ¡Yo sé lo que es mejor y estoy furioso contigo!

Tú deberías estarlo, también.

Como diligentes acólitos que fuimos, nos convertimos en seres que complacían personas. Hábilmente amasamos aquella que sería la evidencia contra nosotros, acumulando más razones para sentir ira. Sí, recibí una B en ese examen, no una A. No, jamás debí haberle prestado a Tim mi juguete favorito. Mmhmmm, ahora que lo mencionas, soy flojo, lento y molesto.

La ira lleva el auto-sabotaje a otro nivel. La ira es violencia.

Ahora sé esto, después de hablar con V: La ira domina mis monólogos internos. La ira toca mi perspectiva. No pienso: Es tiempo de vestirse. Pienso: ¿Qué horrible saco de basura vestirás hoy? No pienso: Me gustó tomar el té con G. Pienso: ¿Cuántas cosas estúpidas, groseras, y egoístas le dije hoy a G? Tuvo que pasar dos horas conmigo; pobre G.

Son sólo palabras, no palos y rocas. Pero las palabras son armas también.

El mundo exterior no escucha nada de esto. Mal interpretan nuestras miradas bajas como gentiles, pasivas, casi santas, suaves. No saben que somos como caballos de Troya con guerreros encerrados dentro, criticándose entre sí y a ellos mismos.

Creer que nuestra ira de circuito cerrado está justificada, nos hace pensar que no existe. Ese incesante golpeteo en nuestros oídos, ese repetitivo auto-golpe en el rostro: Es nuestro estado natural. ¿Cómo algo tan constante, tan instantáneo, tan adecuado, podría ser ira?

Lo es.

Somos víctimas, oprimidas por su fuerza. Esta furia que nuestros brujos nos dieron en la mano y nos entrenaron a usar, se ha vuelto contra nosotros tantas veces, que nos hemos vuelto silencio… esqueletos de lo que podríamos ser. Nuestra ira nos golpea contra el pavimento al grado en que el dolor ya se siente como vida, al punto en que pensamos que nuestra única opción alternativa es ser invisibles.

Primero, entendamos lo que está pasando. Aceptar el concepto de uno mismo como un objeto de violencia y recipiente de ira. Esta idea extraña podría demorar un poco en tardarse. Sentir los impactos de la ira, dentro y fuera. ¿Es como ser rociado con ácido? ¿Apuñalado con tenedores? ¿

Congelado? ¿Quemado? ¿Aplastado?

Tenemos que darnos cuenta de que la mayoría de las personas no viven así. Ellos escuchan podcast. Ellos planean.

Tenemos que darnos cuenta de que la violencia que se ha aferrado a nosotros, ha sido generada por nosotros. Esto prueba con toda perversidad que nosotros somos muy, muy fuertes.

En nuestro interior radica un asombroso poder que hemos engañado y entrenado para usarlo contra nosotros mismos, para destruirnos.

¿Qué pasaría si dirigiéramos ese poder hacia otro sitio, como cuando un bombero dirige su manguera para apagar el fuego? ¿Qué pasaría si dirigiéramos nuestra ira hacia lo que verdaderamente la merece? ¿Y qué tal si la transformáramos en algo más, en otra energía, igual de poderosa?
Intentemos esto: Mantén tu ira auto-dirigida por unos cuantos segundos – no porque no la sientas en el momento, te tomará más tiempo – sino como un ejercicio, como quitarte los audífonos o sacar las balas de un arma.

¿Sientes la diferencia? ¿Ese suave “dejar ir”, cuando tu piel ya no se encuentra convulsionada de dolor? ¿Ese conciliador silencio, una vez que se han mitigado los gritos?
Apenas intenté esto por primera vez, el día de ayer.

Saborea ese dulce alivio, incluso si piensas que no lo mereces.

¿Cuánto costaría hacerlo durar una hora? ¿Un día? ¿Siempre?

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